Todos ellos me veían como alguien raro. Muchas veces deseé ser como ellos, "normal", pero nunca logré tener una comunicación medianamente aceptable. En fin, realmente nunca necesité del cariño ni atención de los demás, simplemente no quería que fuera tan obvio. Yo lo tenía a él, quien siempre supo aconsejarme.
En la escuela me molestaban, eso era pan de cada día, hasta que un día recibí un buen consejo de él. En un recreo, recuerdo que tres niños me empezaron a empujar mientras me insultaban, me tiraron al suelo y ví como todos se reían de mí, realmente me sentí humillado. Decidí seguir su consejo, así que agarré la piedra más grande del patio, y se la pegué en la cabeza al más grande de los niños, con toda mi fuerza.
Se desplomó, convulsionando y manchando de sangre el suelo. No murió, desafortunadamente, aunque quedó parapléjico. Los gritos de los demás niños me satisfizo, todos los testigos empezaron a correr. Me interrogaron muchas veces, yo siempre dije "ellos no tuvieron piedad de mí, ¿por qué yo habría de tenerla?", catalogaron el caso como bullying hacia mi parte, no hubieron consecuencias legales mas la directora de la escuela exigió que me trasladaran. Él me felicitó.
En secundaria fui quizá un poco más sociable. Casi se podría decir que tuve amigos, por lo que ya no pasaba tanto tiempo con él. O por lo menos así fue, hasta que comencé a tener problemas con un compañero de clase. Éste se creía gracioso, humillaba a los más débiles, y en mí encontró un blanco fácil, ya que nunca me ha importado lo que piensen de mí.
Un día, su acoso fue demasiado lejos, pero lo que me dolió fue que mis "amigos" no hicieron nada al respecto, sino que se unieron a sus burlas. Regresé a la compañía de él, y me aconsejó nuevamente. Sus consejos eran despiadados, llenos de odio. Pero eso era lo justo.
Siempre recordamos ese día. Salimos tarde de la secundaria, estaba lloviendo torrencialmente, y el camino hacia la casa de ese pobre desgraciado era solitario y oscuro, ahí lo estábamos esperando. Esperé a que pasará frente a mí, y entonces le rodeé el cuello con una soga, jalándolo con fuerza hacia la maleza. Apreté la soga, aunque no lo suficiente como para ahorcarlo, y la até a un árbol. De nuevo sentí esa mirada de miedo, por lo que le metí un gran trozo de tela a la boca, para evitar que hiciera mucho ruido, y decidí disfrutar el momento.
Le mostré mi cara, seguidamente saqué un puñal de mi bolsillo, recién afilado claramente. Comencé rasguñándole los brazos, como si hubiera intentado cortarse él mismo las venas, aunque no tan profundo para matarlo. Seguidamente le corté los tendones de cada dedo de sus manos, su sufrimiento me alentó a torturarlo más, por lo que lo apuñalé en las piernas. Para terminar, le rasguñé el pecho en forma de X, y la cara también, con tal de deformarle el rostro. Para finalizar, simplemente le dije "Quiero que diga que esto se lo hice yo, dígaselo a todo el mundo. Así tendré un motivo para volver a torturarlo." Nunca más lo volví a ver. Él me felicitó nuevamente.
Él siempre estaba para mí, lo veía cada día. No siempre era violento, me dio consejos que realmente me ayudaron. Mis padres no me querían más en casa para cuando cumplí la mayoría de edad, por lo que él me aconsejó abandonar la casa. Encontré un trabajo en una tienda, con lo que pude empezar a pagarme un apartamento. Él me aconsejó ahorrar la mitad de lo que ganaba para invertirlo en entrenamientos de una academia de seguridad privada, por lo que años después me convertí en guarda de seguridad de una gran empresa.
Mi salario no era el más alto, pero en esta empresa conocí a la mujer que amo. Ella fue la única persona que se atrevió a conocerme profundamente, y aunque nunca le conté éstas anécdotas ni le hablé acerca de él, por obvias razones, ella conocía todo de mí, ella me dió el cariño que nunca había recibido. Él desapareció por mucho tiempo.
Pasaron los años, estábamos felizmente casados, ahorrando para comprar nuestra propia casa y entonces pensar en una familia. Realmente esta fue la mejor parte de mi vida, hasta que llegó esa noche. Me tocó el turno de la tarde-noche, por lo que salí a las 11 pm del trabajo, al salir me dirigí a nuestro apartamento. Al entrar, todo parecía normal, hasta que me detuve justo al frente de la puerta de nuestra habitación, donde escuché sus gemidos.
Entré de golpe a la habitación, ví como ese hombre moreno se estaba cogiendo a mi esposa, ví como ella lo estaba disfrutando. Mi mundo se derrumbó, recordé que yo no podía ser feliz. Me sentí solo, hasta que lo volví a ver a él, en el reflejo del espejo, con esos ojos completamente blancos. Entendí lo que tenía que hacer.
Ella me juraba que no era lo que parecía, claro que no lo era. Su amante se intentaba vestir con apuro, mientras desenfundé mi pistola, y la vacíe en su cabeza y pecho. No fue satisfactorio, fue muy rápido, no lo pude ver sufrir, en tan solo segundos le arrebaté la vida. Yo quería machacarle esa cara a golpes, despellejarlo y darle de comer su propia carne. Pero aún me quedaba ella.
Todo fue muy rápido, en cuanto maté al tipo, me abalancé encima de ella. Le empecé a presionar el cuello, ella me miró con terror, aunque no sentí satisfacción. Cada segundo, apliqué más fuerza en su cuello, la ví tornarse roja, y luego morada, su débil voz me suplicaba perdón, pero ya era demasiado tarde. Este no soy yo, yo no mato. Yo solo me desquito por lo que me han hecho. Esto era él.
Los disparos alertaron a los vecinos, la policía no debería tardar en llegar. Yo estaba ahí, frente al espejo de la habitación, frente a él, que me aconsejaba quitarme la vida. Mi vida ya se había ido cuando ví a mi esposa serme infiel, es hora de que yo pague por lo que he hecho.
Es por esto que me declaro culpable de homicidio y acepto la sentencia, su Señoría.
Hyboor
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